Por Pamela Fink
Las manecillas no son monótonas agujas metálicas en forma de flechas que marcan las horas del reloj ni las sillas son muebles prediseñados en serie para el último de los surrealistas.
El absurdo que rige lo normalizado, no es sino un pretexto para que Pedro Friedeberg se regocije con el juego de los símbolos convencionales. ¿Por qué no hacer una silla en forma de mano? o ¿Qué hay de respetable en las figuras del ajedrez para que resulte intocable?
Nada y todo a la vez parece sagrado para el autor quien no teme a la repetición obsesiva o a la añadidura de ciertos elementos que rompan un poco con lo ya establecido sin llegar a perder las formas originales y dándole el distintivo sello a su ya tan querida obra.
Para él estos juegos inteligentes como el dominó o el ajedrez rozan en ser una religión ligeramente trivial y un pretexto en el que puede hacer derroche de sus dotes lúdico-filosófica para llamar la atención y el cuestionamiento que hay detrás de las piezas por el observador.
Lo mismo podría decirse de Pedro. Está para detenerse a mirar sus fondos más no debe caerse en el error de conferirle una imagen cuasi-mitológica o mirarlo con ojos de ciervo de adulador del artista pues entonces se está minando su elemento lúdico y se le resta dimensión a su profundidad.
La obra de Pedro es para divertirse además de generar reflexiones más busca alejarse de la parte más pesada restándole importancia. Esta actitud puede apreciarse con mayor claridad en el documental “Pedro” de Liora Spilk Bialostozky en la que una joven mirada explora la carismática figura del artista acompañándolo en su cotidiano y retratando también lo frustrante y satisfactorio que este género puede llegar a ser convirtiéndolo en un oximorón.
Pues en fotogramas del proyecto audiovisual que ya puede encontrarse en Netflix, es notable en ocasiones la incomodidad que resulta para Pedro el tener una invasiva cámara apuntalando a su rostro y flagelando su intimidad.
Ese aspecto de la cultura contemporánea de documentar nimios detalles del “todo” con el “telefonito” le parece al autor apocalíptico y posiblemente intoxicante al emitir ¿por qué no? rayo u ondas contaminantes probablemente productos de una ociosidad infinitamente estúpida y perversa. Algo detestable realmente por lo que la transmisión a través de la tradición oral / escrita tiene las de ganar cuando de retratar la esencia de Friedeberg se trata.
Y esta misma esencia de faccia a faccia podrán recordar algunos de los afortunados que pudieron vivir al mismo tiempo que Pedro hiciera en San Miguel cuando corrían los años de 1977 hasta finales de los noventas en la que resulta ser para él y muchos más una inagotable fuente de inspiración.
Esta fuente aún corre por las venas del artista quien exclamó que de poder dar rienda suelta a su creatividad sin inconvenientes lógicos ni limitantes presupuestales, estaría deleitado de crear a doble escala la Plaza de San Pedro en Roma en un estilo egipto-maya-tolteca en alguna isla del Pacífico o específicamente en una isla del Atlántico a unos 30 grados del Ecuador.
Sin duda esperamos que este sueño guajiro sea cumplido como otros tantos de Pedro que ya son una realidad más allá de nuestra realidad patafísica-colectiva.
Encuentra su obra en San Miguel: www.galeriacasadiana.com