Pocos saben que el que ahora es el hotel Boutique llamado No Name antaño hogar de Deborah Turbeville cuya lente retrató de manera sutil nuevas formas de feminidad con un dejo algo nostálgico pero siempre con su característica elegancia y toque lánguido que le dio una esencia de atemporalidad.
La suavidad de su composición y la mirada introspectiva de las modelos resultaron en un sello inconfundible de la década de los 70’s llevando su trabajo a las editoriales más prestigiosas del mundo de la moda.
Más la lente de la fotógrafa estadounidense no se detuvo ahí y fue en San Miguel de Allende que capturó imágenes suaves, fuera de foco, contemplativas y con un énfasis en la iconografía que no discriminaba entre el arte judeocristiana de la pagana por así decirlo.
Sus tonos sepias y pasteles aplicados a la cultura local de nuestras tierras crearon unas composiciones extraordinarias que fueron plasmados en sus libros fotográficos y muchos se preguntarán a qué se debe que esta afamada fotógrafa que causó revuelo en una época en que las imágenes femeninas estaban hiper sexualizadas o mostraban una alegría antinatural haya tomado tal afecto por nuestras tierras se deba y aquí estamos a punto de revelarlo.
Y es que como muchos de sus compatriotas, Debora quedó prendada de San Miguel por lo que decidió convertir la Casona de No Name como su residencia temporal y a la que de igual forma transformó en un taller fotográfico en donde jugaba largas horas en su cuarto oscuro alterando los negativos para dar un impacto aún más abrumador a sus increíbles retratos.
Durante más de dos décadas esta increíble mansión de 6 habitaciones albergó los secretos de la célebre fotógrafa y también fue silente testigo de exquisitas visitas como Gabrielle Chanel y la mismísima Jackie Kennedy en donde sin duda pasaron incontables horas de inspiración en el mundo artístico.
Retratos como el que hizo en sepia con 5 féminas dentro de un impoluto baño en actitud pensativa y con la mirada perdida son esos que nos invitan a mirar hacia adentro y reconocer que la grandeza de San Miguel no pasa desapercibida ni para la lente más entrenada.