Por Joaquín Sierra Rangel

Hace cien años, en 1925, la Alborada vivió un momento que marcó para siempre a San Miguel de Allende. Lo que había iniciado meses atrás en honor a la Purísima Concepción en el templo de las Monjas, fue trasladado a la Parroquia de San Miguel Arcángel, patrono de nuestra ciudad por iniciativa del Pbro. Refugio Solís.

Los obreros de la Fábrica La Aurora, con sus familias, trajeron la música, las estrellas y la pólvora que despertaron al pueblo entero. Muy pronto se unieron también los barrios del Valle del Maíz y de la Estación, quienes con su alegría, sus cuetes y su fe, dieron más fuerza a esta celebración que desde entonces pertenece a todos los sanmiguelenses.

Desde aquella madrugada de 1925, la ciudad entera se viste de fiesta: suenan los cohetones, la música llena las calles y las estrellas iluminan la oscuridad para anunciar que San Miguel está de fiesta.

La Alborada, a lo largo de este siglo, sufrió el paso de la guerra cristera, cambios sociales, y momentos que pusieron en peligro la realización de esta celebración al cerrar la fábrica la Aurora.

Hoy, al cumplirse un siglo de aquel traslado histórico, recordamos con gratitud a quienes iniciaron esta tradición y la entregaron como herencia de fe, identidad y alegría.

¡Que viva San Miguel Arcángel!
¡Que viva la Alborada!
¡Que vivan nuestras tradiciones!

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